viernes, 9 de mayo de 2008

SOBRENATURAL


La incredulidad siempre ha afligido el corazón de Cristo. Cuando nuestro Señor vino al mundo en la carne, el trajo una luz prodigiosa. Y el propósito de esa luz era abrir los ojos de los hombres. Pero, a pesar de la asombrosa muestra de luz de Jesús, las escrituras expresan increíbles ejemplos d incredulidad en el mismo semblante de tal luminosidad.

El capítulo 12 del evangelio de Juan contiene uno de tales ejemplos. Jesús estaba en Betania cenando en el hogar de Lázaro, Marta y Maria. Jesús había hecho un milagro asombroso, Lázaro había sido resucitado. La muchedumbre tenía curiosidad por ver y conocer a Jesús.
En ese tiempo, el gentío pasaba por el pueblo camino a la fiesta de Pascuas en Jerusalén. Ellos querían un vistazo del hombre llamado Mesías, y el hombre que había resucitado a Lázaro.

En el mismo capitulo, encontramos a esta misma gente agitando ramas de palmeras y cantando hosannas a Jesús mientras entraba a Jerusalén sobre un asno. Ellos estaban viendo el cumplimiento de la profecía que habían escuchado por toda su vida:
“Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de jubilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna.” (Zacarías 9:9).
Finalmente, en el mismo capitulo, nos dicen de una gran voz que trono del cielo, mientras el Padre glorificaba su nombre. Jesús se volvió a la asombrada multitud y dijo:

“No ha venido esta voz por causa mía, sino por causa de vosotros.” (Juan 12:30).

Posiblemente ningún otro capitulo en la Biblia contiene tanta prueba de la deidad de Jesús como vemos aquí en Juan 12. Vemos a un hombre que fue levantado de los muertos por mandato de Jesús. Vemos el cumplimiento visual de una profecía conocida por siglos por cada israelita. Y escuchamos una voz literal hablando del cielo.
Cada una de estas cosas sucedió ante una enorme multitud de personas religiosas. Dios le había dado a esta gente su ley, su pacto y sus promesas. Pero, aun después de ser testigos de estas maravillas, la gente tuvo la coraje de cuestionar a Jesús.
“Le respondió la gente: Nosotros hemos oído de la ley, que Cristo permanece para siempre. ¿Cómo, pues, dices tu que es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado?” (Juan 12:34).

Fíjate lo que este gentío religioso dice: “Tu dices que vas a ser crucificado. Pero nosotros sabemos que el verdadero Mesías vivirá para siempre.”
Después de esto la gente hizo una pregunta que absolutamente dejo a Jesús desconcertado:
“¿Quién es este Hijo del Hombre?” (Juan12:34).

Cristo habría quedado incrédulo ante la ceguera del pueblo. De hecho, el ni siquiera trato de contestar su pregunta. En vez de eso, el les advirtió:
“…andad entre tanto que tenéis luz, para que no os sorprendan las tinieblas…Entre tanto que tenéis luz, creed en la luz…” (Juan 12:35-36).

Debemos queridos santos reflexionar la seriedad de la declaración de Jesús aquí. Él le había revelado a este pueblo su brazo fuerte. Él había hecho milagros ante ellos. Él les había dado el “buen reporte” profetizado por atalayas desde Zacarías hasta Isaías. Pero aun así ellos no creían en él.
La luz había alumbrado en su oscuridad. Pero sus mentes oscurecidas no la comprendieron. (Juan 1:12). La palabra griega para comprender significa “agarrar, echar mano, poseer la verdad que produce vida y poder.” A esta gente se le había dado una verdad transformadora. Pero ellos no la agarraron o echaron mano de ella. Ellos no comprendieron la verdad de Cristo, porque ellos no buscaron poseerla.

“Estas cosas hablo Jesús, y se fue y se oculto de ellos.” (Juan 12:36). En este solo verso, encontramos la actitud de Dios hacia la incredulidad. Ciertamente, de cubierta a cubierta en la Biblia, Dios nunca se compadece o tiene pena de la incredulidad. Y lo mismo es cierto en esta escena. Jesús simplemente se alejo del gentío incrédulo. Como resultado, esa gente saldría de Jerusalén en tinieblas, porque ellos no caminaron en la luz que le fue dada. No había mas esperanza de luz para ellos por su incredulidad.
“…andad entre tanto que tenéis luz, para que no os sorprendan las tinieblas…” (Juan 12:35). Las tinieblas aquí significa “ceguera espiritual, confusión, perdida de claridad, oscuridad.” Día a día, una nube de inseguridad se posaba sobre esta gente. El desconcierto afectaría todos los contenidos de su vida.

Con el tiempo, los envolvería totalmente. Su fin seria un corazón lleno de tinieblas.
Dios ha revelado a su pueblo hoy lo que los ojos de aquellos judíos no vieron. Nosotros no solo conocemos de las Escrituras sino por experiencia que Dios ha preparado grandes cosas para aquellos que le aman. Nos fue dado el Nuevo Testamento para instruirnos en esto. Y nos fue dado el Espíritu Santo para enseñarnos. De la misma manera, nosotros tenemos “mejores promesas,” para que podamos tomar parte de su naturaleza divina.

También hemos recibido maestros, pastores, evangelistas y profetas ungidos que inundan nuestros corazones y mentes con esa luz. Nos sumergen en la verdad, nos llenan de gloriosas promesas y nos recuerdan la fidelidad de Dios para libertarnos una y otra vez. Te pregunto, con todas estas bendiciones maravillosas, ¿Cómo es posible que haya nubes de oscuridad sobre nosotros?
Jesús describe aquí en Juan 12 una nube de confusión, un espíritu de ceguera, incertidumbre, un agotamiento de espíritu y mente y viene sobre los creyentes. Nota que Jesús no dirige esta advertencia a la gente incrédula ni a apostatas. El lo dice directamente a los hermanos santos. El esta hablando de un estado de oscuridad que viene sobre cristianos quienes se niegan a combinar la Palabra que escuchan con fe. Ellos descuidan asir, abrazar y caminar en la luz que les fue dada. Y un día, despiertan y se dan cuenta, “Ya Dios no me habla.”

Me pregunto cuantos cristianos en esta noche están en una nube de confusión. ¿Esto te describe? Quizás tus oraciones no son contestadas. Estas abatido constantemente. Enfrentas cosas en tu vida que no puedes explicar. Estas desalentado con tus circunstancias y con la gente. Y continuamente dudas de ti mismo, eres cargado con interrogantes y constantemente examinas tu corazón para ver donde fallaste. Sientes soledad, pesimismo, inseguridad.
Puede que seas un creyente maduro. Por años te has sentado bajo una predicación del evangelio puro. Pero ahora dudas de ti mismo y te sientes inadecuado. No sientes el gozo del Señor como una vez lo sentiste. Así que ahora te preguntas si el Señor tiene un litigio contigo.

Esta es la oscuridad que Jesús advierte que vendrá sobre nosotros, si no aprovechamos y caminamos en la luz que hemos recibido. Déjame preguntarte: ¿Confías en sus promesas? ¿Abarcas su preciosa Palabra? ¿Vas a la ofensiva contra Satanás con la Palabra que escuchaste predicar? O, ¿ignoras las fidelidades pasadas del Señor hacia ti? ¿No confías que el esta contigo y en control de todo lo que tiene que ver con tu vida? Si es así, entonces has dado la entrada a las tinieblas.
Jesús describe a la persona que vive en tinieblas, diciendo:

“…porque el que anda en tinieblas, no sabe a donde va.” (Juan 12:35).

En otras palabras: “Tal persona ha perdido su camino. Sus pasos están confundidos, esta indeciso, el camina ciego.”
El profeta Isaías describe a tales personas. Los israelitas habían magnificado la ley de Dios y la hicieron honorable. Pero ellos no se apropiaron de lo que sabían de ella. Dios dijo de ellos:

“Sordos, oíd, y vosotros, ciegos, mirad para ver. ¿Quién es ciego, sino mi siervo? ¿Quién es sordo, como mi mensajero que envié? ¿Quién es ciego como mi escogido, y ciego como el siervo de Jehová, que ve muchas cosas y no advierte, que abre los oídos y no oye? Jehová se complació por amor de su justicia en magnificar la ley y engrandecerla. Mas este es pueblo saqueado y pisoteado, todos ellos atrapados en cavernas y escondidos en cárceles; son puestos para despojo, y no hay quien libre; despojados, y no hay quien diga: Restituid. ¿Quién de vosotros oirá esto? ¿Quién atenderá y escuchara respecto al porvenir? (Isaías 42:18-23).

¿Quién entrego esta gente a tal tiniebla? Isaías nos dice en el próximo versículo: “… ¿no fue Jehová contra quien pecamos?” (42:24b) ¿Qué pecado cometieron esta gente, para que fuesen entregados a tal tiniebla? Fue su incredulidad, claro y sencillo. Isaías dice que ellos no caminaron en la luz de la palabra que escucharon. “No quisieron andar en sus caminos, ni oyeron su ley. Por tanto, derramo sobre él el ardor de su ira, y fuerza de guerra; le puso fuego por todas partes, pero no entendió; y le consumió, mas no hizo caso.” (42:24-25).

Este pastor supo entrar en tal nube de tinieblas. Las cosas se ponen indefinidas. No puedes oir una palabra clara de Dios. Tu quieres respuestas rápidas, clamando a Dios, “Oh, Señor, no estoy viéndote ni oyéndote como antes.” Terminas pidiéndole que sea más compasivo, que tenga piedad por tu condición.

Pero lo cierto es, que el Señor no tiene compasión hacia una incredulidad rotunda. El se entristece por ella. El espera que caminemos en la luz que hemos recibido. Debemos confiar en su Palabra y echar mano de sus promesas. Solo al regresar a nuestro conocimiento de su Palabra, y la convicción del Espíritu Santo, podremos salir de las tinieblas.

¿Conoces a cristianos que siempre se quejan de cuan estúpidos o inadecuados se sienten? Se menosprecian constantemente. Se comparan con aquellos que admiran, pensando, “No soy nada como el. No hay esperanza para mi.”

Puede que recuerdes la historia en el Antiguo Testamento de los espías israelitas enviados a revisar la Tierra Prometida. Ellos regresaron diciendo, “Si, es una tierra que fluye leche y miel. Pero también esta llena de gigantes y ciudades fortificadas. No podemos salir contra esta gente. Comparados con ellos, somos como langostas” (ver Números 13).

Ahora, estos hombres no acusaron a Dios. Ellos nunca dijeron, “Dios no puede. El no es lo suficiente fuerte.” Ellos no se atrevieron a pronunciar tal incredulidad. En vez de eso, ellos se fijaron en si mismos, diciendo, “Nosotros no podemos. Somos como pequeños insectos ante nuestros enemigos.”

Pero esto no es humildad. Ni tampoco es un hablar inocente ni inofensivo. Más bien, es una afrenta a Aquel quien es la luz del mundo. Esta luz nos manda a creer, “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13).

Ves, cuando te quejas de tus inhabilidades y debilidades, no estas menospreciándote a ti mismo. Estas menospreciando a tu Señor. ¿Cómo? Te estas negando a creer o caminar en su Palabra. Eso es pecar contra la luz; y trae tinieblas.

Los espías israelitas estaban tan enfocados en sus inhabilidades que estaban listos para darse por vencidos. Ellos hasta hablaron de regresar a Egipto. ¿Cuál fue la respuesta de Dios a sus temores e incredulidad?

“Y Jehová dijo a Moisés: ¿Hasta cuando me ha de irritar este pueblo? ¿Hasta cuando no me creerán, con todas las señales que he hecho en medio de ellos?” (Números 14:11). Dios los acuso de un pecado: incredulidad.

Hoy, el Señor hace la misma pregunta a su pueblo que le hizo a Israel: ¿Cuándo vas a creer lo que te prometí? Yo te dije que mi fortaleza vendrá a ti en tus tiempos de debilidad. No debes confiar en la fortaleza de tu carne o en las habilidades del alma. Yo te dije que usaría a lo débil, lo pobre; lo despreciado de este mundo para confundir a los sabios. Yo soy Jehová, fortaleza eterna. Y yo te haré fuerte a través de mi poder, por mi Espíritu. Así que, ¿Cuándo actuaras en esto? ¿Cuándo confiaras en lo que te digo?”

Nosotros pensamos que cuando fallamos en confiar en Dios en nuestras situaciones diarias, solo nos hacemos daño a nosotros mismos. Pensamos que simplemente estamos perdiendo sus bendiciones. Pero esa no es toda la historia. Primeramente, herimos y airamos a nuestro bendito Señor. Y el nos advierte, “Si no confías en mi, vas a desarrollar un corazón endurecido.”

“No endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación, en el día de la tentación en el desierto, donde me tentaron vuestros padres; me probaron y vieron mis obras cuarenta anos. A causa de lo cual me disguste contra esa generación, Y dije, siempre andan vagando en su corazón, y no han conocido mis caminos. Por tanto jure en mi ira: no entraran en mi reposo. (Hebreos 3:8-11).

¿Qué razón es dada por la cual el pueblo de Dios no pudo entrar en su reposo? ¿Fue por adulterio, codicia, o borrachera? No, fue solamente a causa de incredulidad. Aquí estaba una nación expuesta a cuarenta años de milagros, maravillas sobrenaturales que Dios obro a su favor. Ningún otro pueblo en la tierra fue tan amado, tan tiernamente cuidado. Ellos recibieron revelación tras revelación de la bondad y severidad del Señor. Ellos escucharon una palabra fresca predicada regularmente de Moisés, su profeta líder.

Pero ellos nunca fusionaron esa palabra con fe; por lo tanto, escucharla no les fue de provecho. En medio de todas esas bendiciones, no confiaron que Dios seria fiel. Y al pasar el tiempo, entro la incredulidad. Desde ese momento en adelante, la oscuridad cubrió su peregrinaje en el desierto.
Amado, la incredulidad es la raíz detrás de toda dureza de corazón. Hebreos pregunta:

“¿Y con quienes estuvo el disgustado cuarenta años? ¿No fue con los que pecaron, cuyos cuerpos cayeron en el desierto?” (Hebreos 3:17). La palabra griega para ‘disgustado’ aquí significa indignación, atrocidad, ira. Simplemente, la incredulidad de la gente encendió la ira de Dios contra ellos. Además, los endureció en un caracol continuo de incredulidad:

“Mirad, hermanos que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo, antes exhortaos unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado.” (Hebreos 3:12-13).

La incredulidad es la madre de todos los pecados. Fue el primer pecado cometido en el Jardín del Edén. Y es la raíz de toda amargura, rebeldía y frialdad. Por eso Hebreos 3 esta dirigido a creyentes (“Mirad, hermanos”). El escritor concluye con estas escalofriantes palabras:
¿Y a quienes juro que no entrarían en su reposo, sino a aquellos que desobedecieron? Y vemos que no pudieron entrar a causa de incredulidad. (Hebreos 3:18-19).

Dios le dijo a Israel, “Ustedes no me creyeron cuando les dije que no tenían nada que temer, que yo pelearía por ustedes. Olvidaste completamente que yo te crié como una criatura y cuide de ti. Nunca confiaste en mi, aunque yo salí ante ti, te di una nube para refugiarte del sol ardiente, te di fuego de noche para alumbrar tu camino y darte consuelo en la noche negra. En vez de eso, diste voz a tus dudas, me difamaste, y me hiciste ver como mentiroso” (ver Deuteronomio 1:27-35). Juan repite esta ultima frase en el Nuevo Testamento, diciendo, “…el que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso…” (1 Juan 5:10).

El Señor dice a su pueblo, “Te escuche cuando hablabas. Has estado diciendo cuan inadecuado eres, cuan abandonado te sientes, cuan insignificante es tu vida. Te digo, esto me hace enfadar. De hecho, me enfada tanto que no permitiré que sigas adelante y entres en mi reposo. Estoy a punto de entregarte a una vida de deambular desértico.”

Puedes ser salvo, lleno del Espíritu, y caminar santamente ante Dios, pero aun ser culpable de incredulidad. Puedes pensar, “Yo no tengo incredulidad.” Pero, ¿te molestas cuando las cosas van mal? ¿Temes fallarle a Dios? ¿Estas inquieto, temeroso del futuro?”
El creyente que tiene fe incondicional en la promesa de Dios disfruta de absoluto reposo. ¿Qué caracteriza este reposo? Una confianza plena y absoluta en la Palabra de Dios, y una dependencia total en su fidelidad a esa Palabra. Ciertamente, el reposo es la evidencia de fe.
Puedes pensar: ¿Cómo el corazón de un creyente se endurece en incredulidad? Vemos una ilustración alarmante en Marcos 6. Los discípulos estaban en un bote camino a Betsaida, navegando en la oscuridad. De repente, aparece Jesús, caminando sobre las aguas. Los doce pensaron que era un fantasma y temblaron de miedo. Pero Cristo les aseguro, “¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!” (Marcos 6:50). Entonces el entro al bote, y ceso el viento.

El próximo versículo dice todo acerca de los corazones de los discípulos en ese momento: “…y ellos se asombraron en gran manera, y se maravillaban. Porque aun no habían entendido lo de los panes, por cuanto estaban endurecidos sus corazones.” (6:51-52). (El significado griego de endurecido aquí indica “como piedra, ceguera, incredulidad terca.”) Nos recuerdan que estos acababan de experimentar un increíble milagro. Ellos habían visto a Jesús alimentando a cinco mil personas con solo 5 panes y dos peces (con doce canastas de sobras recogidas después). Y el uso a los doce para hacerlo. Cuando Marcos nos dice que los discípulos “no consideraron” este milagro, el quiere decir, “Ellos no podían entenderlo.”

¿Seria porque no tuvieron un servicio para reflexionar sobre el milagro que habían visto? ¿Por qué no tenemos un recuento de los discípulos cayendo ante su maestro y adorándolo como Dios? ¿Por qué no hay maravilla, ni temblor, ni temor santo? Evidentemente, ellos simplemente se fueron de la escena, entraron al barco y comenzaron a remar. Entonces, después que fueron testigos de tan increíble milagro, ellos se asombraron que el viento fue calmado por mandato de Jesús.
Les digo, el endurecimiento llega cuando sacamos el “sobre” de lo sobrenatural. Estos hombres no tuvieron la fe para creer lo que acabaron de ver que Jesús hizo. Dentro de veinticuatro horas, ellos descartaron su alimentación milagrosa como un evento natural. Ellos aun tenían dudas del poder sobrenatural de Cristo.

En Marcos 8, una vez mas, Jesús alimento a un gentío – este enumeraba cuatro mil personas – con solo siete panes y unos cuantos peces. Nuevamente, los discípulos recogieron varias canastas de sobras (ver Marcos 8:5-8). Sin embargo, Cristo discernió que los discípulos aun no aceptaban su poder de obrar milagros. Así que el les pregunto: “¿Aun tenéis endurecido vuestro corazón?” (Marcos 8:17).

Yo creo que había otro asunto al corazón de la incredulidad de los discípulos. Esto es, que estos hombres simplemente no creían que Dios mismo quisiera pasar tal tiempo con ellos. Además, el los estaba usando para mostrar su poder divino.
Me imagino a los discípulos después de esta segunda alimentación, enmudecidos. Ellos quizás pensaron: “Esto no puede estar sucediendo. Si Jesús realmente es Dios, ¿Por qué nos escogería a nosotros para compartir en tan increíble poder? ¿Por qué come y duerme con nosotros? Nosotros somos solo pescadores, sin educación, sin habilidades. ¿Por qué camino sobre las aguas para entrar a nuestro pequeño barco, en vez de revelarle este milagro a un grupo mas digno?”

Quizás estés pensando lo mismo en esta noche: “Existen billones de personas en la tierra. ¿Por qué Dios me hablo a mí? ¿Por que me escogió a mi?” Te voy a decir por que: fue un milagro absoluto. Tu conversión fue totalmente sobrenatural. No fue solo uno de aquellos eventos naturales sin explicación que a veces toman lugar. No, no hubo nada natural en esto.
¿Por qué? Porque no hay nada natural acerca de esta vida cristiana. Es toda sobrenatural. Es una vida que depende en milagros desde el principio (incluyendo tu conversión). Y simplemente no puede ser vivida sin fe en lo sobrenatural.
Queridos hermanos: los ángeles que acampan alrededor tuyo son seres sobrenaturales. El poder que te mantiene en Cristo es totalmente sobrenatural. El mundo vive en tinieblas, pero tú tienes luz. ¿Por qué? Es porque tú vives en un reino sobrenatural. No es nada natural que tu cuerpo sea templo del Espíritu Santo. Nada es natural acerca de ser la habitación del Dios sobrenatural del universo.

Sin embargo, a menudo aquí es donde ocurre el endurecimiento. La gente comienza a atribuir las obras sobrenaturales de Dios en sus vidas a lo natural. ¡No, nunca! Es peligroso olvidar sus milagros. Es atemorizante mirar atrás a las maravillas divinas y decir, “Solo sucedió.” Cada vez que sacas lo sobre de lo sobrenatural, tu corazón se endurece un poco más.
Querido santo, simplemente tenes que aceptar esto por fe: el mismo Dios sobrenatural que alimento a multitudes de miles con solo unos cuantos panes obrara sobrenaturalmente en tu crisis también. Su poder de obrar milagros te libertara de toda atadura. Te dará poder para caminar en libertad. Y el usara tu debilidad, ciertamente, tu estado mas bajo, para mostrarle al mundo sus milagros de poder y su fidelidad.


De allí viene nuestra creencia. Los tiempos difíciles están garantizados para todos los que siguen a Jesús. Pero cuando llegan esos tiempos, cuando somos asediados por tentación o desesperación; y necesitamos un milagro, debemos decir con confianza, “Hazlo otra vez, Señor. Tú has obrado milagros en mi vida antes. Tú has librado a tus siervos en forma sobrenatural a través de la historia. Hazlo otra vez, y glorifícate. Que tu fuerza se perfeccione en mi debilidad.


Dios te bendiga.-
Sergio Calero
Pastor

lunes, 5 de mayo de 2008

LA FE NO TIENE LOGICA


En todo momento el Señor nos dice:

“Cree solamente”

Indudablemente Jesús demanda algo que está completamente fuera de la razón humana. La fe es totalmente irrazonable.
El libro de hebreos dice que la fe es:

Hebreos 11:1 Ahora bien, la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.

¿Te das cuenta? En esta definición no hay algo palpable, no hay evidencia alguna; aun así nos pide que creamos, que la aceptemos sin evidencia alguna, que confiemos en aquello que no vemos; en lo invisible. Esto si que no tiene lógica alguna.
Trataremos hoy este tema por una sencilla razón, dado que muchos, no pocos creyentes están cayendo en desaliento. Los ardores de las pruebas se multiplican, hay luchas, sufrimientos de todo tipo y ni hablar de la cantidad de confusiones que el pueblo de Dios esta atravesando.

Amados creo que si entendemos la naturaleza irracional de la fe “su naturaleza ilógica” podremos encontrar la ayuda que tanto estamos necesitando para llegar a la meta, al propósito por el cual Dios nos ha llamado de las tinieblas a su luz admirable.
A Noe se le pidió una fe. Él vivió en una generación quizás parecida a la nuestra, completamente fuera de control donde la violencia y el asesinato estaban desenfrenados. La condición de los hombres se había vuelto tan horrible que Dios no podía soportarlo más. De este modo Dios resolvió terminar con todo.

Dios dijo a Noé, “Yo destruiré toda carne. Pero te preservaré a ti y a tu familia. Así que quiero que construyas un arca, Noé. Y quiero que tú reúnas en ella todas las especies de animales, de dos en dos. Mientras tú haces esto, yo daré a los habitantes de la tierra 120 años de misericordia. Entonces yo enviaré una lluvia que no se detendrá por 40 días y noches. Habrá un gran diluvio y eliminará toda cosa viviente.” Dios entonces comenzó a darle a Noé las dimensiones del arca, el largo, ancho y profundidad, con gran detalle.
Imagine a Noé tratando de asimilar esto. Dios enviaría una catástrofe, una que destruiría toda la tierra. Y todo lo que se le dijo a Noé desde el cielo sobre el tema fueron estas breves palabras. Él simplemente debía aceptarlo por fe, sin recibir ninguna otra dirección por 120 años.

Piense en la fe que se requirió de Noé. Se le dio una tarea colosal de construir una gran arca. Y entre tanto, él debía vivir en un mundo violento y peligroso. Él estaba rodeado por gigantes, asesinos, escépticos, todos ellos miraban cada uno de sus pasos. Estoy seguro que ellos se ridiculizaron de Noé mientras él trabajaba en el arca a través de los años. Y, estando insensibles en su violencia, ellos probablemente amenazaron con matarle. Pero la fe demandaba que Noé guardara su corazón “con temor” Él tenía que seguir creyendo, mientras el mundo entero a su alrededor danzaba, se divertía y se revolcaba en sensualidad.

Hebreos 11:7 Por la fe Noé, siendo advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó un arca para la salvación de su casa…

Dios le había dicho a este hombre, “Tu debes creer mi Palabra, Noé. Te estoy pidiendo que me obedezcas, sin excusas. Si alguna vez comienzas a dudar, o sentirte rendido, debes confiar en lo que te he dicho. Yo no te voy a dar ninguna otra evidencia, solo mi promesa. Debes actuar en ella solamente.”

Que cuadro totalmente ilógico. Seguramente a veces, Noé se frustró, exterior e interiormente. ¿Cuántos días habrá pasado desalentado? Cuan a menudo se preguntó “Esto es tan absurdo” “¿Cómo puedo saber que esa era la voz de Dios?” Pero Noé hizo como Dios le dijo. Él siguió confiando en la palabra que se le fue dada, por más de un siglo. Y por esta obediencia, las Escrituras dicen de Noé:

“fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe” (Hebreos 11:7).

Piensa en Abraham. Dios dijo a este hombre; “levántate, sal de tu tierra.” Seguramente Abrahán preguntó; Pero. ¿Dónde Señor?” Dios simplemente le habría contestado, “No te lo voy a decir. Solo vete.”
Esto no era lógico. Era una demanda totalmente irrazonable para cualquier persona pensante.
Pero esta es precisamente la ilógica dirección que siguió Abraham.

“Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba.” (Hebreos 11:8).

Abraham levantó a su familia, sin saber dónde iba a terminar. Todo lo que él sabia eran las breves palabras que Dios le había dado; “Vé, Abraham, y yo estaré contigo. No te sobrevendrá ningún mal.” La fe demandaba que Abraham actuara sin nada más que esta promesa, no había nada que pudiera ver más que esta palabra de Dios.

Una noche estrellada, Dios dijo a Abraham; “Mira al cielo. ¿Ves las estrellas innumerables? Cuéntalas si puedes. Así será el número de tus descendientes” (vea Génesis 15:15). El ahora era viejo, como su esposa, Sara. Ellos estaban muy pasados del tiempo donde es posible tener un hijo. Aún así se le da una promesa de que sería el padre de muchas naciones. Y toda la evidencia que él debía seguir era una palabra del Señor: “Yo soy Jehová” (Génesis 15:7).
Pero Abraham obedeció. Y la Biblia dice lo mismo de él que se dice de Noé:

“Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia” (Génesis 15:6).

Una vez más vemos un suceso ilógico. Sin embargo, la fe de un hombre se transforma en justicia.
Me dirás: la fe es muy rigurosa. Amados la fe exige que una vez que oímos la Palabra de Dios, la obedezcamos, sin otra seguridad que nos dirija. No importa cuan grandes puedan ser nuestros obstáculos, cuan imposibles nuestras circunstancias. Debemos creer en su Palabra y actuar en ella, sin más comprobación para seguir. Dios dice; “Mi promesa es todo lo que necesitas.”
Como toda generación anterior, nosotros también nos preguntamos; “Señor, ¿por qué enfrento esta prueba? Está más allá de mi razón. Tú has permitido tantas cosas en mi vida que no tienen sentido para mi. ¿Por qué no hay ninguna explicación para lo que estoy pasando? ¿Por qué está mi alma tan inquieta, tan llena de grandes pruebas?”

Óyeme nuevamente: las exigencias de la fe son totalmente ilógicas a la humanidad. Entonces, ¿cómo contesta el Señor nuestros ruegos? Él envía su Palabra y nos recuerda sus promesas. Y Dios declara: “Simplemente obedéceme. Confía en mi palabra para ti.” Él no acepta ninguna excusa, ni desobediencia, no importa cuan imposibles parezcan nuestras circunstancias.
Por favor, no me mal entiendas. Nuestro Dios es un Padre amoroso. Y él no permite que su pueblo sufra indiscriminadamente, sin ninguna razón. Sabemos que él tiene a su disposición todo el poder y el deseo de quitar todo problema y angustia. Él puede decir simplemente una palabra, y librarnos de toda prueba y lucha.

Aún, el hecho es, Dios no va a mostrarnos como o cuando él cumplirá sus promesas. ¿Por qué? Él no nos debe ninguna explicación, cuando él ya nos ha dado una repuesta. Él nos ha dado todo lo que necesitamos para la vida y la santidad en su Hijo, Jesucristo. Él es todo lo que necesitamos para cada situación que la vida nos lanza. Y Dios permanecerá en la Palabra que él nos ha revelado: “Tu tienes mi Palabra a tu alcance. Mis promesas son sí y amén para todo el que cree. Así que, descansa en mi Palabra. Créela y obedécela.”

La palabra de Dios nos dice que Israel “provocó” a Dios diez veces en el desierto. ¿Cuáles fueron estas provocaciones? Fueron diez situaciones cuando los israelitas enfrentaron grandes pruebas. Vez tras vez, este pueblo fue llevado a circunstancias que parecían imposibles. Quizás te has preguntado a veces, como todos lo hemos hecho; “Señor, ¿por qué todas estas pruebas?”
En cada caso, Dios miraba si en su pueblo se levantaba una pequeña medida de fe. Él buscaba simplemente una pequeña medida sobre la cual construir. Tú ves, él quería dar al mundo un testimonio de su fidelidad hacia su pueblo, e Israel sería ese testimonio. Dios estaba diciendo, en esencia: “Cuando yo llevo a mi pueblo a lugares duros, yo espero que ellos actúen en mis promesas que les he dado. Mi Palabra es vida para todo aquel que cree. Y yo quiero que ese mensaje se predique y demuestre a un mundo perdido y agónico.”

Esa Palabra ya estaba a disposición de Israel. Dios les había dicho; “Yo los sacaré de la aflicción, a una tierra que fluye leche y miel. Nadie podrá enfrentarte. YO SOY estará contigo, y ninguna promesa mía fallará.” Lo mismo es verdad para el pueblo de Dios hoy día. Mientras la tierra exista, sus promesas permanecen igual: “Yo los sacaré de vuestra aflicción. Confíen en el gran YO SOY.”
Por esta razón, el Dios de toda paciencia no tiene paciencia con la incredulidad de sus hijos. Hebreos dice:

“¿Quiénes fueron los que, habiendo oído, le provocaron?” (Hebreos 3:16).

¿Qué oyeron ellos? Ellos escucharon la Palabra de Dios: promesas de protección, guía y bondad. Pero, en lugar de confiar en esa Palabra, ellos se enfocaron en sus situaciones desesperadas, y permitieron que la incredulidad tomara cuerpo en sus corazones. Dios respondió diciendo:

“Por tanto, juré en mi ira: No entrarán en mi reposo.” (Hebreos 3:11).

Este pueblo quería algo razonable. Lógico. Ellos querían pararse en algo que pudieran ver, sentir y tocar. Ellos querían que Dios hiciera aparecer repentinamente un camino frente a ellos. Pero eso no es fe. Fe significa, decir; “Dios me ha dado una promesa, y yo voy a vivir y a morir en esa promesa. No importa lo que me cueste asirme de ella. Yo estoy arriesgando todo, mi vida entera, en su Palabra para mí.”
Hebreos pregunta:

“¿Y con quiénes estuvo él disgustado cuarenta años? ¿No fue con los que pecaron, cuyos cuerpos cayeron en el desierto? ¿Y a quiénes juró que no entrarían en su reposo, sino a aquellos que desobedecieron? Y vemos que no pudieron entrar a causa de la incredulidad.” (Hebreos 3:17-19).

El hecho es, que cada prueba que Israel pasó, Dios los libró fielmente de cada una. Esos mismos israelitas que experimentaron la bondad de Dios terminaron muertos en el desierto. ¿Por qué? En cada tiempo de prueba, ellos se quejaban y se endurecían, negándose a creer.

¿Estás en un lugar aterrador ahora, como lo estuvo Israel? ¿Te sientes desesperado, vacío, despojado de todo? Para todo aquel que enfrenta una lucha severa, yo le digo, tu prueba también pasará. Entonces, ¿qué espera Dios de ti ahora, en medio de esto?
Quizás estás afligido, angustiado con una lucha que no parece terminar. Estás abatido, más desanimando de lo que estuviste alguna vez. Tus amigos pueden decirte; “no llores ni te lamentes. Eso no demuestra fe.” Pero no es así. La verdad es que, si tú tienes fe, puedes llorar. Tú no puedes evitar tu dolor. De hecho, hay poder sanador en tus lagrimas. Tu lamento no tiene nada que ver si tú confías o no en la Palabra de Dios.

A veces, puedes preguntar: “Señor, ¿qué estoy haciendo mal? ¿Qué pecado cometí? ¿Es esto tu juicio sobre mí?” Puedes incluso sentirte como confrontándolo, llorando; “¿Por qué permitiste que esto pasara? ¿Qué hice yo para que permitieras esto?” Yo te digo, Dios te da tiempo para esas preguntas. Él permite que tu carne tenga esos sofocones.
Entonces, finalmente, el Señor viene a ti y dice: “Tu tienes derecho a todos esos sentimientos, pero no tienes razón para acusarme o dudar de mí. Yo te he dado una promesa. Verdaderamente, yo te he dado todo lo que necesitas, y tú debes echar mano de esa promesa ahora. Si tú lo haces, mi Palabra será vida para ti. Traerá sanidad completa que es mayor que cualquier medicina, más poderosa que un río de lagrimas.”

Una y otra vez, el salmista pregunta; “¿Por qué está abatida mi alma? Me siento inútil, desamparado. Hay tanta inquietud dentro de mí. ¿Por qué, Señor? ¿Por qué me siento tan impotente en mi aflicción? Estas preguntas hablan por multitudes que han amado y servido a Dios.
Mira al piadoso Elías, por ejemplo. Lo vemos bajo un enebro, rogándole a Dios que le quite la vida. Él estaba tan abatido, que esta a punto de abandonar su propia vida. También encontramos al recto Jeremías abatido en desesperación. El profeta lamenta; “Señor, tu me has engañado. Tú me dijiste que profetizara todas estas cosas, pero ninguna de ellas ha sucedido. Yo no hago nada sino buscarte toda mi vida. ¿Y así es como me compensas? Ahora no voy a mencionar más tu nombre.”
Cada uno de estos siervos tuvo un ataque temporal de incredulidad. Pero el Señor entendió su condición en tiempos de confusión y duda. Y después de un tiempo, él siempre les señaló la salida. En medio de sus aflicciones, el Espíritu Santo encendió la luz para ellos; y las Escrituras registran sus experiencias como ejemplo para nosotros.
Considera el testimonio de Jeremías, de cómo él salió del hoyo:

“Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón” (Jeremías 15:16).

David también testificó; “Yo recordé tu Palabra.” Y Elías dijo; “Tu Palabra vino a mí.” Hasta cierto punto, cada uno de estos siervos recordó la Palabra de Dios y ésta vino a ser gozo y regocijo para sus vidas, sacándolos del hoyo.
La verdad es que, todo el tiempo que estas personas estuvieron luchando, el Señor estaba esperando. Él escuchaba sus lamentos, su dolor, su angustia. Y después que había pasado cierto tiempo, él les decía: “Tú has llorado, tuviste tu tiempo de dolor y duda. Ahora yo quiero que confíes en mí. ¿Volverás a mi Palabra? ¿Pondrás mi promesa que te hice como tu sostenimiento? Si lo haces, mi Palabra te ayudara.”

No importa como entramos a nuestra situación desesperada. A veces, es obra del Señor, llevarnos al final de nuestra capacidad. A veces, es ataque del enemigo, como lo hizo con Job. A veces, es nuestra carne, ya sea a través de la tentación, o a través de pruebas mentales o físicas, o por decisiones tomadas en forma apresurada. El hecho es que, no importa como llegamos allí. Todo lo que importa es como salimos de allí, y no hay salida excepto por la Palabra de Dios.

El Espíritu Santo es fiel en hablarnos. Él nos permite saber cuando es tiempo de poner todas nuestras dudas y preguntas a un lado. Si no lo hacemos, si nos negamos volver a confiar en la Palabra de Dios, permitiendo que sus promesas sean una vez más el gozo para nuestras vidas, se establecerá la incredulidad. Se endurecerá como el concreto. En ese punto, caeremos en un hoyo del que nunca podremos salir. Cada pensamiento nuestro hacia Dios será duro y acusador, en lugar de manifestar confianza. Y su ira está contra todos los que abandonan su confianza en su Palabra.

Consideremos brevemente el nuevo testamento, los judíos habían esperado la venida del Mesías. Ellos creían que el salvador de Israel sería un rey, que entraría en majestad y poder a gobernar en Jerusalén. Él sería un poderoso libertador, comandante de un ejército invencible. Y rompería el yugo que Roma había puesto sobre la cerviz de Israel. Entonces, él derrocaría a todos los demás poderes en la faz de la tierra.

¿Puedes imaginar la expectativa que cada judío tenía por la venida de este Salvador? Él sanaría toda enfermedad, llevaría todo dolor, libraría de la pobreza, y les daría a todos lo que sus corazones desearan. Él haría de Israel un gran pueblo y una nación prospera. Y él haría todo con una increíble muestra de poder.
¿Fue así como llegó el Mesías? No, sabemos que no. De entre todos los lugares, él nació en un establo. Y la historia de su nacimiento es la más ilógica e irrazonable de todas. Este Mesías no tuvo padre terrenal; él fue concebido inmaculado por el Espíritu Santo, y llevado en el vientre de una virgen. Su llegada no fue anunciada por poderosas trompetas, sino por un viejo sacerdote y una profetiza anciana. Ellos declararon simplemente; “He aquí la esperanza de Israel. Crean en él, por que él es Dios.”

Lucas 2:25 Y había en Jerusalén un hombre que se llamaba Simeón; y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él.
Lucas 2:26 Y por el Espíritu Santo se le había revelado que no vería la muerte sin antes ver al Cristo del Señor.
Lucas 2:27 Movido por el Espíritu fue al templo. Y cuando los padres del niño Jesús le trajeron para cumplir por El el rito de la ley,
Lucas 2:28 él tomó al Niño en sus brazos, y bendijo a Dios y dijo:
Lucas 2:29 Ahora, Señor, permite que tu siervo se vaya en paz, conforme a tu palabra;
Lucas 2:30 porque han visto mis ojos tu salvación
Lucas 2:31 la cual has preparado en presencia de todos los pueblos;
Lucas 2:32 LUZ DE REVELACION A LOS GENTILES, y gloria de tu pueblo Israel.
Lucas 2:33 Y los padres del niño estaban asombrados de las cosas que de El se decían.
Lucas 2:34 Simeón los bendijo, y dijo a su madre María: He aquí, este Niño ha sido puesto para la caída y el levantamiento de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción
Lucas 2:35 (y una espada traspasará aun tu propia alma) a fin de que sean revelados los pensamientos de muchos corazones.
Lucas 2:36 Y había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Ella era de edad muy avanzada, y había vivido con su marido siete años después de su matrimonio,
Lucas 2:37 y después de viuda, hasta los ochenta y cuatro años. Nunca se alejaba del templo, sirviendo noche y día con ayunos y oraciones.
Lucas 2:38 Y llegando ella en ese preciso momento, daba gracias a Dios, y hablaba de El a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.

¿De quien hablaban, exactamente? Un humilde Nazareno, un carpintero. Cuando Jesús vino a escena, la gente dijo; “Espera un minuto. Nosotros conocemos los padres de este hombre.” Alguien incluso pudo haber dicho; “José lo trajo una vez a mi casa, para ayudarle a arreglar nuestra mesa.” ¿Cómo podía esperarse que alguien creyera que semejante hombre era el Mesías? Esto era totalmente irrazonable.

Jesús no anunció su señorío con un ejército poderoso. Él apareció con doce discípulos incultos, de la clase obrera. Ellos no fueron educados en gran teología. Ellos eran pescadores, jornaleros, vendedores, recaudadores de impuestos. Y Jesús no era diferente. Entonces, ¿cómo podría alguien aceptar que él era una autoridad en la Palabra de Dios? Todos sabían que los verdaderos líderes de Israel se sentaban a los pies de Gamaliel, aprendiendo del principal erudito de esos días. Entre tanto, este hijo de carpintero enseñó en los desiertos y a la orilla del mar. Sus oyentes eran viudas, leprosos, prostitutas, y él les decía a todos; “Soy Dios encarnado. Crean en mi.”

Imagínate la reacción que cualquier líder religioso debe haber tenido: “Este hombre se para en las sinagogas, declarando que él es el Mesías. Él dice que fue enviado por Dios, pero no tiene cuna real o linaje. Él ni siquiera tiene donde recostar su cabeza. Se precipita en el templo a echar fuera a todos los vendedores. Y llama al templo ‘la casa de mi Padre,’ pero no explica donde consiguió tal autoridad. De hecho, él declara ser el templo de Dios. Él dice que existió antes que Abraham.”

“Él dice que es agua viva, pan del cielo, hombre y Dios. Entonces usa un lenguaje raro, diciéndonos que comamos su cuerpo y bebamos su sangre. Él dice que si nosotros le hemos visto, hemos visto al Padre, pero si no creemos en él, entonces tampoco creemos en Dios. Aun, ¿cuál es su autoridad para proclamar todo esto? Es solo su palabra. Él viene y dice; “crean en mi.’”
Piensa lo que los líderes escuchaban de Jesús:

“… El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna” (Juan 5:24).
Ellos protestaban diciéndole a Cristo:

“Tú das testimonio acerca de ti mismo; tu testimonio no es verdadero” (Juan 8:13).

Jesús les respondió con otra explicación irrazonable:

“En vuestra ley está escrito que el testimonio de dos hombres es verdadero. Yo soy el que doy testimonio de mí mismo, y el Padre que me envió da testimonio de mí.” (Juan 8:17-18).
Finalmente, Jesús les dice:

“¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra” (Juan 8:43).

Él estaba diciendo; “Ustedes no pueden comprenderme porque no escuchan mi Palabra.” Lo mismo es cierto de cada creyente hoy día. Todas las luchas se reducen a un solo problema: confiar en la Palabra de Dios. Solo su Palabra es nuestra vida y esperanza.
Amados, hay una sola razón por la que vemos tan poca victoria y liberación: es la incredulidad. El hecho es que Dios ha hablado con gran claridad en estos últimos días. Y esto es lo que él ha dicho: “Yo ya les he dado una Palabra. Está finalizada y completa. Ahora, permanezcan en ella.”

No permita que nadie le diga que estamos experimentando un hambre de Palabra de Dios. La verdad es que, estamos experimentando un hambre de oír la Palabra de Dios y obedecerla. ¿Por que? La fe es tan irrazonable, es tan ilógica. Pero la fe nunca viene a nosotros por lógica o razón. Pablo declara simplemente:

“La fe viene por el oír, y el oír por la palabra de Dios” (Romanos 10:17).

Esta es la única manera que la verdadera fe alguna vez suba al corazón de algún creyente. Viene oyendo esto es, creyendo, confiando y actuando en la Palabra de Dios.
El Señor nos dice: “Yo te di mi Palabra.”

“Por esto orará a ti todo santo en el tiempo en que puedas ser hallado; ciertamente en la inundación de muchas aguas no llegarán éstas a él. Tú eres mi refugio; me guardarás de la angustia; con cánticos de liberación me rodearás. Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos.” (Salmo 32:6-8).

“He aquí el ojo de Jehová sobre los que le temen, Sobre los que esperan en su misericordia, para librar sus almas de la muerte, y para darles vida en tiempo de hambre. Nuestra alma espera a Jehová; nuestra ayuda y nuestro escudo es él.” (Salmo 33:18-20).

“Este pobre clamó, y le oyó Jehová, y lo libró de todas sus angustias. El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, y los defiende. Gustad, y ved que es bueno Jehová; dichoso el hombre que confía en él.
Los ojos de Jehová están sobre los justos, y atentos sus oídos al clamor de ellos… Claman los justos, y Jehová oye, y los libra de todas sus angustias… Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas le librará Jehová… Jehová redime el alma de sus siervos, y no serán condenados cuantos en él confían” (Salmo 34:6-8, 15, 17, 19, 22).

En solo tres Salmos, se nos da bastante Palabra de Dios para echar fuera toda incredulidad. Yo te animo ahora en esta noche: escúchala, confía en ella, y obedécela. Y finalmente, descansa en ella. Este será nuestro testimonio de nuestro Dios fiel, a través de cada prueba y aflicción.
Confía en su palabra, no intentes razonarla o buscarle lógica solo permanece en ella, ponla por obra y verás la diestra del Señor poderosamente en tu vida.

Dios te bendiga.
Sergio Calero
Pastor