martes, 4 de noviembre de 2008

UNA HISTORIA DE AMOR


Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, (Efesios 1:3-5)

Antes de la fundación del mundo y de todo lo creado fuimos escogidos para ser su pueblo, predestinados para ser hijos del Padre, separados para ser la esposa del Hijo, y bendecidos para convertirnos en la morada eterna del Espíritu Santo.

Dios habría de compartir su vida con nosotros. Dios habría de convertirnos en el objeto supremo de su amor. De entre todo lo creado, la iglesia fue amada por encima de todo lo demás.

La revelación de este misterio divino estremece a cualquiera.
La palabra de Dios tiene una palabra para expresar la acción del amor divino a través del tiempo, desde el principio hasta la consumación de su propósito: “Gracia”.

Lo que el amor concibió en la eternidad pasada, la gracia lo manifestara y llevara adelanta a través del tiempo hasta su consumación en la eternidad futura. Esa gracia impregna todas las obras de Dios. No se merece, no se compra, no se puede ganar por la fuerza. Es la manifestación de su amor eterno, incondicional y absoluto hacia la iglesia. Por ello, esa gracia resultara al final victoriosa.


El amor de Dios por la iglesia es constante, invariable y definitivo. ¡Esto debiera traernos consuelo! Pues la iglesia no es una institución humana, una organización “eclesiástica” o un movimiento religioso.

Lo que Dios amo desde la eternidad es algo enteramente diferente. El Padre ha mamado eternamente a su Hijo, el Hijo de su amor, y en el amó también a la iglesia, pues en el pensamiento de Dios, ella se encuentra unida vital y eternamente a su Hijo.

Primero como un proyecto escondido en su seno, al igual que Eva en el costado de Adán. Luego, cuando el Verbo se hizo carne, como el misterio descendido con él al corazón de este mundo perdido.

Pues, el vino a buscar a su amada eterna. Y finalmente, como la iglesia libertada y levantada en unión con él por encima de todos los poderes del pecado, la muerte y Satanás, regresada a su posición, vocación y gloria original.

La suya es una historia de amor hacia su amada eternamente perdida y eternamente encontrada. Redimida por el precio más alto que jamás conoció ni conocerá la creación de Dios. La sangre divina del Hijo de Dios. Porque fue Dios en Jesús quien padeció en la cruz.

Aquel que hizo las incontables galaxias y los resplandecientes querubines de fuego, y se sienta por encima de todo lo creado a una distancia imposible de medir ni estimar, descendió para tomar sobre si la carne y la sangre de su amada. Y estando en esa condición, sufrió la cruz y derramo su sangre.

El conoció el dolor y cargo sobre si el tormento y la condenación de su amada. Era un acto de puro amor. De supremo amor. No había más necesidad que la que le impuso su amor. Y al hacer esto, Dios en Cristo unió para siempre su destino al de su amada iglesia.

Los Ángeles contemplaron estremecidos el espectáculo de su amor así ofrendado y derramado hasta lo sumo sobre la horrenda cruz. Pues allí, Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo. El bajó hasta el más profundo de los abismos de la muerte y la perdición eterna y desde allí trajo a su amada de regreso a la vida y la eternidad.

Y no solo eso, pues al levantarla de sus cadenas y salvarla de su extravio, la inserto de nuevo en la línea original de su propósito eterno. Porque ella habrá de convertirse, por obra de su Gracia, en la iglesia gloriosa, santa y sin mancha. Totalmente ajena al pecado y la muerte.

Pues su amor continúa. No se detiene en la salvación de los suyos. Avanza para formarlos, edificarlos, sustentarlos y llevarlos hacia delante hasta alcanzar todo cuanto fue preparado para ellos en la eternidad pasada.

En este punto, nuestra mente necesita ser transformada de manera radical.
Nuestros ojos requieren ser alumbrados para conocer la grandeza, la vastedad y el alcance de nuestro llamamiento. Y para ello se necesita que, sobre todas las cosas, conozcamos su amor.

Ese amor que jamás nos abandono ni nos abandonará, a menos que lo rechacemos voluntariamente.
Nuestro corazón necesita abrirse a la plenitud de su amor. Arrojarse en sus brazos y rendir su agitación, ansiedad y temor.

El Creador el autor de la Vida, el Dios eterno, por cuya palabra se rige el universo, la Realidad ultima y definitiva, nos ama. Y nos ama de una manera que abruma y maravilla nuestro corazón ¿Por qué? Porque así lo ha querido.

Mas allá de todo el temor, la oscuridad y la sombra de la muerte, se encuentra la resplandeciente realidad de Aquel cuyo amor por nosotros sobrepasa todo entendimiento. Aquí yace nuestra consolación y seguridad eterna.

No quisiera entrar en argumentación teológica, pero ¿Qué seguridad más grande puede haber para nosotros que su amor? Aquel que nos amo desde la eternidad, murió en la cruz y derramo su sangre por nosotros ¿permitirá que después de todo eso nos perdamos?
No si confiamos en él.
No si ponemos toda nuestra seguridad en su amor.

Dios te bendiga
Sergio Calero
Pastor